Cuando a principios del verano del 2000, se supo que George Harrison se encontraba en una clínica suiza sometido a un tratamiento de radioterapia para combatir un tumor en el cerebro, poco tiempo después de que se le hubiera extirpado un pulmón, millones de personas de todo el mundo se quedaron sin apenas respiración. Posteriormente, su hospitalización en una clínica de Nueva York para someterse a un tratamiento a manos del prestigioso doctor Gil Lederman ha desencadenado un movimiento universal de solidaridad y preocupación. En 1997, le diagnosticaron al cantante un cáncer de garganta que él achacó a su hábito de fumar, que precisamente por aquel entonces estaba intentando abandonar. Pero tras un tratamiento a base de radiaciones, los médicos le dieron de alta y sus admiradores pudieron suspirar con alivio. En diciembre de 1999 casi consigue asesinarle un enfermo mental llamado Michael Abram, que consiguió entrar en la mansión de la estrella del pop y le apuñaló repetidamente en el pecho. La pasada primavera, el vía crucis de Harrison se incrementó aún más con la aparición del mencionado cáncer de pulmón. Con la inestimable ayuda de sus rentas anuales, procedentes principalmente de los derechos de autor de los Beatles, estimadas en unos 1.355 millones de pesetas, y la información que obtenía vía Internet, comenzó a buscar el mejor tratamiento, tal y como ya lo habían hecho las familias de otros miembros del grupo: Linda McCartney, que murió a consecuencia de un cáncer de mama, y la hija de Ringo Starr, Lee Starkey, que recibe tratamiento por un tumor cerebral. Starkey, de 31 años, fue operada con éxito en 1995, pero el cáncer ha vuelto a aparecer. La investigación llevó a Harrison a Estados Unidos, el país donde todo lo mejor está disponible mientras uno pueda pagarlo. Una vez allí, le fue extirpado el pulmón en Minnesota, a lo que siguió un período de radioterapia en una clínica de Suiza. Posteriormente volvió a EEUU para hacerse un chequeo en una unidad oncológica del Hospital de la Universidad de Staten Island, en Nueva York. Allí está siendo tratado por Gil Lederman, considerado como uno de los mejores médicos del mundo en la aplicación de un nuevo procedimiento, que consiste en dirigir haces de radiaciones procedentes de cientos de ángulos diferentes hasta hacerlos converger en el tumor. Dado que el objetivo es sólo el tumor en cuestión, sin que las células sanas de alrededor sufran el menor daño, se pueden emplear cantidades de radiaciones muy superiores a las de los métodos tradicionales. Lederman asegura que ha logrado tener éxito en un 90% de los casos. El porcentaje exacto de posibilidades que tiene el músico de sobrevivir es algo que permanece en el más hermético de los silencios. Familiares y amigos suyos se esfuerzan en defender el derecho a la intimidad del más tímido de los cuatro beatles. En cierto sentido, ni siquiera importó que se escondiera bajo un nombre supuesto (Jorge Arias) ni que su habitación en el hospital estuviera custodiada, día y noche, por dos guardias de seguridad de rostros pétreos y gafas oscuras, ni tampoco que pasara esos días en compañía de su mujer, Olivia, y su hijo Dhani, saliendo del santuario de su habitación solamente para someterse a sesiones de radiocirugía. Porque, le guste o no a este beatle, el que menos autopublicidad se ha hecho, el mundo todavía le quiere y siente que tiene derecho a saberlo todo de él.
Harrison nació en 1943 en el seno de una familia humilde, en el barrio de Wavertree -predominantemente habitado por gente de la clase trabajadora- de la ciudad de Liverpool, en el norte de Inglaterra. Su padre era conductor de autobús y George, su cuarto hijo, fue bautizado así en homenaje al Rey Jorge VI. Fue un gesto muy típico de lealtad y orgullo patriótico de aquella gente que tan severos bombardeos había sufrido por parte de los nazis. NIÑO ABURRIDO. La infancia de George fue normal. Sus profesores le recuerdan como un niño bastante tranquilo e introvertido que no hablaba casi con nadie. Poco impresionado y escasamente conmovido por el Antiguo Testamento, a la vez que aburrido por aquellas lecciones de Geografía que trataban de asuntos tan raros como las vías fluviales en la Europa del Este, el chico empezó a visitar el music hall del barrio y a comprar discos de rock and roll. Elvis Presley se convirtió en uno de sus primeros héroes. Se compró una guitarra y, junto con otros tres compañeros de colegio, formó el grupo The Rebels. Aún era un adolescente cuando conoció a Paul McCartney, un alumno de su misma escuela que estaba un curso por delante de él. Y a través de McCartney conoció a John Lennon, que había formado por su parte una banda llamada Quarry Men.
e los tres, Lennon era el que tenía la personalidad más dominante. Poseía un ingenio muy agudo y ya había logrado desarrollar un gran talento, tanto artístico como musical; además, le gustaba pasar el tiempo garabateando versos sin sentido y caricaturas enloquecidas. Harrison, bastante más que McCartney, comenzó a vivir bajo la extravertida sombra de Lennon. Mientras que Harrison era relativamente inocente, Lennon ya parecía saberlo todo sobre la vida. Era un rockero hecho y derecho que sabía lo que era tener relaciones sexuales con chicas y que demostraba un extraordinario dominio de la situación cuando se encontraba en escena. “Tanto en lo bueno como en lo malo”, escribiría Harrison a Lennon más adelante, “siempre te admiré”. Los Quarry Men cambiaron su nombre por el de Johnny (Lennon) y The Moon Dogs antes de presentarse por primera vez al concurso A la busca de estrellas, que se celebraba en la ciudad de Manchester. Superaron en semifinales a un individuo que lanzaba cuchillos con los ojos vendados, pero en la final perdieron frente a un dúo llamado Ricky y Dani, del que nunca más se volvería a oír hablar. Pero el trío perdedor había logrado desarrollar a esas alturas una determinada alquimia que les dotaba de personalidad musical y que iba a caracterizar a sus integrantes. Se trataba de una estructura de poder en la que Harrison se subordinaba a Lennon y McCartney, como vocalistas principales y compositores de sus canciones, pero en la que los tres trabajaban conjuntamente hasta lograr una creación única. Al trío se unió como guitarra un colega de la misma escuela artística de Lennon llamado Stuart Sutcliffe y, como batería, un conductor de máquinas elevadoras llamado Tommy Moore, a quien reemplazaría Peter Best al cabo de poco tiempo. El grupo cambió de nombre, pasando primero a llamarse The Silver Beatles y, después, The Beatles, según la tendencia que otros iconos del rock seguían a la hora de adoptar sus nombres artísticos, como era el caso de Buddy Holly y The Crickets o de Gene Vincent y los Beat Boys.
a primera aventura extranjera del grupo les llevó a algunos clubes de bajo nivel de la ciudad alemana de Hamburgo. Al poco tiempo, Sutcliffe y Best abandonarían el grupo facilitando, así, la entrada al cuarto beatle, Ringo Starr, el menos dotado de talento de los cuatro. Los Beatles definitivos volvieron juntos a Liverpool y comenzaron a tocar en un abigarrado y sudoroso club situado en un sótano, The Cavern, “el sitio más sucio del mundo”, como lo rebautizó uno de sus clientes habituales, el jugador de fútbol local Tommy Smith. Influidos tanto por las corrientes musicales que venían de Estados Unidos como por la local mersey beat, los chicos comenzaron a tocar un rock and roll puro y sin más pretensiones, pero lleno de energía y vitalidad. Sus respectivas personalidades permitían distinguir a uno de otro en escena. Mientras que Lennon y McCartney ponían a competir sus egos en la parte frontal del escenario, Ringo permanecía en la parte posterior moviendo la cabeza de un lado a otro y tocando la batería de manera tan competente como escasa de imaginación. Harrison, por su parte, desarrolló un estilo más introvertido, centrándose en su papel de guitarra principal y poniendo la música por delante de todo lo demás. Si los otros cometían errores de vez en cuando y se dedicaban a hacer tonterías con sus instrumentos, él jamás se lo permitía. Y era precisamente de George de quien primero se enamoraban locamente las fans adolescentes, atraídas por su timidez, su aspecto melancólico y sus pómulos pronunciados, que le daban una apariencia muy poética. Y fue precisamente en The Cavern donde un hombre de negocios local, Brian Epstein, descubrió el talento de los Beatles y se convirtió en su manager. Se dejaron crecer el pelo, algo tan emblemático como los tacones, las chaquetas abotonadas hasta arriba y los pantalones estrechos. Aunque nunca se vieron sometidos a la insípida uniformidad que sufrían otros grupos de música pop. A principio de los años 60, el grupo grababa Love me do, un título que formaría parte de su larga lista de éxitos.
Tras aparecer en la televisión, las adolescentes les perseguían a cientos, chillando por la calle. Los padres de éstas, sentados en sus cuartos de estar, mascullaban que el mundo estaba llegando a su fin. Pero sus retoños no tenían la menor duda de que lo que realmente ocurría era que estaba empezando. Un periodista muy listo que surgió de la nada acuñó el término beatlemanía, es decir, la histeria pop llevada a su máxima intensidad, fenómeno que se instaló a ambos lados del Atlántico. Mientras que Paul y John componían fervorosamente, Harrison se dedicaba a tocar y, ocasionalmente, contribuía con alguna canción suya cantada por él mismo. Tenía, a pesar de todo, mejor voz que Ringo, y las canciones que él interpretó nunca fueron olvidadas. Uno de los primeros hits de los Beatles fue Roll over Beethoven, cantada por el propio Harrison. MODESTO. Mientras el grupo intentaba asimilar toda la adulación que crecía a su alrededor, Harrison fue, desde el principio, el beatle que menos se vio afectado por la inestabilidad emocional. Siempre se quedaba por detrás de los demás tanto por la ropa que vestía como por la escasa cantidad de palabras que pronunciaba ante los medios de comunicación. “Mi posición dentro de los Beatles”, confesaría, “era que yo nunca quería ser el que estuviera al frente del grupo”. Un guitarrista principal más egocéntrico que él hubiera propiciado, sin duda, una disolución mucho más precoz del grupo. Pero él no era así. Sin duda, sabía cómo divertirse tanto como el resto de sus compañeros, y compartió con ellos las payasadas que tanta risa y excitación les produjeron mientras viajaban alrededor del mundo. Estando en Madrid en 1965, recibieron al famoso bailarín Rudolf Nureyev en trajes de baño que se habían puesto por la cabeza. Después de la locura colectiva que se desató durante su primera gira por Estados Unidos y de la que aún continuaba produciéndose en Europa, George empezó a buscar su propio camino.
Más indiferente que contento ante el gran éxito obtenido, él, según sus propias palabras, “intentaba parar aquella ola, calmarla, hacer de mí mismo un pequeño remanso”. Si los demás, y especialmente McCartney, parecían disfrutar de la fama, Harrison fue el primero en hacerse colocar puertas electrónicas en su casa, con el propósito de mantener alejado a cualquier intruso de su hogar, a las afueras de Londres, y disfrutar allí de la luna de miel con la primera de sus dos esposas, la modelo Pattie Boyd. Sus primeras exploraciones en la composición de canciones fueron de menor valor para el grupo que su contribución a ese sonido único de los Beatles, la potencia que dio con su guitarra y sus armonías a los acordes y a las rimas de Lennon y McCartney, desde la guitarra acústica de And I Love Her hasta el poderoso rasgueo rítmico que aparece al principio de A Hard Day’s Night. Pero él solía emplear su soledad en desarrollar su propia capacidad de escribir música, utilizando a Lennon como audiencia siempre que creía haber dado con algo de valor. Ya desde su adolescencia, Harrison había profesado un respeto reverencial por Lennon. Y no sólo admiraba su genio, sino que también compartía con él su irónico sentido del humor. Como contraste, no le gustaba la tendencia de McCartney a tratarle como a un hermano pequeño. La trayectoria personal de Harrison, que le llevó de la simple cantinela del yeah, yeah, yeah a la chaqueta de algodón, el pelo largo y enredado y a la barba, comenzó gracias a la intervención de un dentista hippie, en 1966. Fue cuando éste le hizo probar LSD, una noche que se marchó de juerga con John y su primera mujer, Cynthia. “La primera vez que la tomé sentí cómo desaparecía todo lo que me rodeaba. Experimenté entonces una sensación de bienestar tan extraordinaria que creí que había un Dios y que yo le podía ver en cada brizna de hierba. Era algo así como adquirir cientos de años de experiencia en doce horas”, aseguraría más adelante.
Él, que siempre pensó que la vida discurría demasiado deprisa, empezó a pensar en su existencia de una forma más amplia. Se interesó por La India, por la música de cítara, por Ravi Shankar, por el misticismo y, finalmente, por la meditación trascendental. Y durante un tiempo comenzó a ejercer una gran influencia sobre los Beatles, dotando al grupo de un nuevo estilo de conducta tanto en las relaciones entre los integrantes del grupo como hacia el exterior, forjando simultáneamente una nueva tendencia para su producción musical. Por ejemplo, introdujo en sus canciones la cítara. El tema más famoso donde sonó este instrumento fue Norwegian Wood de Lennon. Y más adelante en Within You, Without You, canción compuesta por él mismo y que figura en el LP Sargeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Hizo de La India y de las drogas compañeras inseparables de su cultura hippie y llevó a John, Paul y Ringo, acompañados de sus mujeres, a meditar al Himalaya, postrados todos ellos a los pies de Mahararishi, un gurú hindú. La capacidad de componer canciones de Harrison, durante tanto tiempo contenida por la presencia de John y Paul, acabó por manifestarse. De vuelta de la India, compuso My Guitar Gently Weeps, que tocó a dúo con otro virtuoso de la guitarra, Eric Clapton, y que apareció en el Beatles’ White Album. Más adelante escribió Something, como tributo a la belleza de Pattie Boyd, un tema que, según Frank Sinatra, era “la mejor canción de amor de los últimos 50 años”.
ere Comes The Sun, canción perteneciente al LP Abbey Road, logró un reconocimiento similar porque era un tipo de melodía tan revitalizante que hubiera levantado de su tumba al maníaco depresivo más irrecuperable. Pero, aunque la confianza de Harrison en su capacidad para componer seguía incrementándose, él no deseaba compartir la atención pública con Lennon y McCartney, por quienes se sentía utilizado. En lugar de eso, prefirió no resistirse a la desbandada del grupo, cuyas tensiones personales internas le había llevado, a finales de los años 60, a un punto de ruptura total, propiciado por la aparición de la artista Yoko Ono, amante de John Lennon y sobre quien ejercía una influencia dominante. Además, el propio matrimonio de Harrison con Pattie se encontraba en plena crisis, debido al affaire de ésta con Eric Clapton, quien le había dedicado una canción, Layla, en la que a duras penas se podía ocultar la pasión que sentía por la esposa de su rival, además de mejor amigo. NUEVO AMOR. Una vez que Pattie le abandonó, Harrison volvió a contraer matrimonio, esta vez con Olivia Arias, una norteamericana de origen mexicano que trabajaba como secretaria en una compañía discográfica y que era cinco años menor que él. Olivia compartía desde hacía mucho tiempo el amor que George sentía por el misticismo hindú. Ambos se habían conocido un año antes en una fiesta en Los Ángeles, mientras Harrison se encontraba en aquella ciudad grabando un nuevo LP postbeatles, Thirty-Three and a Third. La pareja acabó enamorándose en el transcurso de un viaje que ambos hicieron al sur de La India, con el doble objetivo de asistir a la boda de Kumar Shankar, sobrino de Ravi Shankar, y a un festival hindú. Harrison, que por aquel entoces andaba recuperándose de la faena que le había hecho Eric Clapton, se sentía fuertemente atraído por aquella californiana de ascendencia mexicana, tan segura de sí misma y que tenía una sonrisa tan encantadora. Se casaron en Inglaterra en una ceremonia privada, sin la menor publicidad. Entre los pocos invitados que asistieron a la boda se encontraba su hijo Dhani, que había nacido un mes antes en un hospital infantil cerca del castillo de Windsor. Al niño le pusieron ese nombre tanto por las notas dha y ni de la escala musical hindú como por su proximidad fonética al nombre inglés de Danny, un sonido que gustaba mucho a la pareja. Los tres se mudaron a una nueva residencia, una enorme mansión en Henley, cerca de Oxford, que Harrison convirtió en uno de los más fantásticos jardines privados de toda Inglaterra. Entre sus elementos figuraba un conjunto rocoso alpino, que incluía una réplica de 30 metros del Cervino, y un lago en el que unas piedras situadas inmediatamente debajo de su superficie proporcionaban la ilusión de caminar sobre las aguas. Desde su infancia se apartó a Dhani de la vista del público hasta tal punto que, siendo ya mayor, podía pasearse por Henley con toda tranquilidad y pasar desapercibido, tanto para los residentes de la ciudad como para los ojos fisgones de los medios de comunicación. Muy al contrario que los hijos abandonados a su suerte de otras estrellas del pop, Dhani fue enviado a un innovador centro Montessori y, después, a un exclusivo colegio privado. Así llegó a convertirse en un magnífico guitarrista. Este año ha intervenido en la grabación de algunas de las antiguas canciones de su padre. ÉXITOS. Mientras que las propuestas musicales postbeatles que ofrecían Lennon y McCartney carecían de inspiración, Harrison sacó a la luz grandes melodías que había mantenido enterradas. Publicó un álbum triple, All Things Must Pass, que fue enormemente elogiado. En él se incluía la inspiradísima My Sweet Lord. Tanto el LP como el sencillo llegaron al número uno en las listas de ventas de todo el mundo.
Un año después ayudó a organizar un concierto benéfico en el Madison Square Garden de Nueva York, plagado de estrellas, con el fin de recaudar fondos para los refugiados de Bangladesh. El espectáculo fomentó la momentánea esperanza de que el idealismo de los años 60 se podría reavivar de nuevo. De hecho, la década que había comenzado con la ruptura de los Beatles finalizaría con la brutalidad nihilista del movimiento punk y el asesinato de Lennon a manos de un maníaco obsesivo. Durante los años 90 se produjo una cierta reconciliación -algo que parecía imposible en vida de Lennon y mientras éste vivía con Yoko- entre Harrison y los dos beatles restantes, Paul y Ringo. Se reunieron para la producción de una ambiciosa antología de música, letras y fotografías, incluyendo material no publicado hasta entonces, todo lo cual se convirtió en un best-seller . Ya por separado, y mientras Paul parecía continuar su producción musical, de la que obtenía una renta anual de 1.626 millones de pesetas, Ringo aparecía en ocasiones con un grupo formado por algunos amigos, llamado All Star Band. De los tres beatles, el batería parecía el más contento con la vida sencilla que llevaba, disfrutando de su buena salud, apareciendo de vez en cuando en estrenos cinematogáficos en compañía de su mujer, actriz, y viviendo en su enorme mansión de Guilford, cerca de Londres. Por lo que se refiere a McCartney, el compositor de Yesterday y Let It Be se las fue arreglando para volver a las más altas esferas del estrellato en el mundo del rock, por la mucha publicidad que se le dio a la muerte de Linda, su mujer, y por una continua producción de melodías memorables que parecen atraer a todas las generaciones. El asesinato de su ex compañero en 1980 exacerbó la inclinación de Harrison por mantenerse apartado de la publicidad. Fue, por tanto, horriblemente irónico que, justo cuando finalizaba un milenio y comenzaba otro, en diciembre de 1999, él mismo se viera atacado por un asesino potencial y dentro de su propia mansión, el lugar donde más seguro se sentía. En aquel infausto día, Harrison se puso a entonar a voz en cuello una de sus viejas canciones místicas, el Hare Krishna, en un intento de salvarse. Sin embargo, el que le atacaba con un cuchillo, un jovenzuelo trastornado que jamás había estado en La India, pensó que el mal se había encarnado en su víctima y se encolerizó más aún. Se salvó de una muerte cierta gracias a la intervención de su mujer, Olivia, que utilizó una lámpara de mesa como arma defensiva. Mientras que este incidente tenía todas las características de una farsa de mala calidad de la época victoriana, el asesinato de Lennon tuvo todo el realismo de una película policíaca actual. Así pues, tanto en la vida como en la muerte, Lennon oscurecía la figura de Harrison. El más joven y tranquilo de los cuatro beatles (a los que se podrá ver de nuevo en acción a partir del 21 de diciembre con la resposición de Qué noche la de aquel día), y que tanto creyó en los cánticos de paz de los gurús, ha escrito la que podría ser su canción final. Dedicada a su hijo Dhani, la letra refleja su lucha personal para ponerse a bien con la propia muerte y con Dios. En ella canta a “un amigo mío que se encuentra en un estado penoso, porque mientras mucha gente navega por la vida, él ha encallado en un arrecife”. Harrison continúa escribiendo: “Un pastor de por ahí me advierte sobre Satán y yo le digo: ‘Pero hombre, hablemos del conocimiento de Dios para variar'”.
Así, Brainwashed sería el albúm que tanto Dhani como Jeff Lyne terminarián después del fallecimiento de George Harrison el 29 de noviembre del 2001.Queda su obra discografica y su filosofia por descubrir como un legado para la Humanidad.