El Manchester United le captó con sólo 15 años. Tenía 17 cuando debutó con el primer equipo en la final de la Copa de Inglaterra. Fue internacional por primera vez con la Selección de Irlanda del Norte (1964). Cuatro años después ganó la Copa de Europa y fue elegido “Mejor Futbolista de Europa”. A partir de ese momento comenzó su declive.
Comparable a otros maestros del siglo XX como Johan Cruyff y Pelé, su figura se aproxima más a la de Diego Armando Maradona, debido a la trágica combinación de brillantez y autodestrucción que siempre acompañó al futbolista británico más sobresaliente de su generación.
Nació el 22 de mayo de 1946, en Belfast, en una Irlanda del Norte donde la guerra civil no había llegado al punto máximo de intolerancia religiosa. Fue el mayor de los seis hijos del matrimonio formado por un trabajador portuario y la empleada de una fábrica de tabaco. De su padre heredó el amor por el fútbol y de su madre, el alcoholismo. Cuenta la leyenda que aprendió a jugar en Cregagh —un barrio obrero y protestante— golpeando una pelota de tenis contra una pared.
De baja estatura y delgado, no parecía un deportista, aunque la agilidad de sus piernas prometía maravillas. Tenía 15 años cuando un ojeador del Manchester United le fichó para la sección juvenil del club y en menos de dos años ya estaba en el primer equipo. Cuando en 1963 jugó su primer partido como profesional, Reino Unido se encontraba en una encrucijada social y cultural, los nostálgicos del Viejo Imperio debían dar paso a una nueva generación confiada y atrevida. Con su melena larga —como los Beatles—, gran energía y una técnica mágica, Best encarnaba el espíritu de los nuevos tiempos.
Por sus orígenes y circunstancias, el Manchester United y el joven eran tal para cual. El club había resurgido —bajo el mandato inspirador de su manager, Matt Busby— de entre las cenizas del desastre aéreo de Múnich, que en 1958 se cobró la vida de más de la mitad del equipo. Así que en los años 60 Best se perfilaba como el mejor de un grupo de jóvenes que llevaría al Manchester a ser uno de los equipos más brillantes. Bobby Charlton, Denis Law, Nobby Stiles y Paddy Crerand estaban en sus filas. Eran los mejores, aunque Best —que jugaba con la Selección de Irlanda del Norte— no disputó el Mundial que Inglaterra ganó en 1966.
Entre los nostálgicos aún sigue abierto el debate sobre si los jugadores del Manchester de los años 50 —los legendarios Busby Babes— habrían arrebatado la corona a la máquina blanca [el Real Madrid] si el accidente de Múnich no les hubiera diezmado. Pero la venganza llegó 10 años después, cuando ambos clubes volvieron a enfrentarse. El Manchester derrotó al Madrid —por cuatro goles a tres—, eliminándole de la Copa de Europa de 1968, que el equipo británico consiguió tras una victoria espectacular sobre el Benfica, de Lisboa.
Cabeza y piernas. A los 22 años, fue elegido el Mejor Futbolista de Europa (1968). Durante seis temporadas consecutivas fue uno de los máximos goleadores del mundo. El veterano comentarista del Sunday Times Hugh McIlvanney decía de él: “A veces, los milagros hablan más que las palabras, y no hay duda de que, en términos de técnica, atletismo y belleza, Best fue milagroso. Su juego con el balón hipnotizaba. Tenía el equilibrio de un acróbata, una imaginación sin límites, una confianza total y una rapidez devastadora que dejaba a los defensas sin poder reaccionar”.
Esta imagen ayuda a entender su talento en un tiempo en el que los defensas usaban sus botas como hachas y los delanteros no teatralizaban —con saltos y caídas exageradas— las entradas. Era único toreando zancadillas y cuando le cazaban se levantaba con el balón en los pies y volvía a correr sin quejarse jamás.
No tenía 30 años y ya era un fenómeno mediático, quizá el primer galáctico del siglo XX. Perseguido por las prensas amarilla y rosa, los tabloides ingleses seguían cada paso que daba Best, bautizado como el quinto Beatle, quien empezaba a ser más célebre fuera del campo que dentro.
Una vez jubilado sir Matt Busby, el futbolista se sintió medio huérfano al perder al único hombre que supo dirigirle. Dejó de ir a los entrenamientos, empezó a emborracharse las vísperas de los partidos. A los 28, tras pelearse con el manager Tommy Docherty, se marchó del Manchester para siempre. A partir de ese momento, protagonizó una lenta bajada al infierno. Cayó de lleno en el abismo del alcohol, aunque intentó seguir jugando. Estuvo en la Liga Norte Americana, primero con Los Ángeles Aztecas y luego con San José. Volvió a Reino Unido y jugó para el Fulham, el Stockport y el Hibernian. Pero sus colegas eran mediocres, y él ya no podía dominar los diablos que llevaba dentro. Engordaba porque comía mal y bebía demasiado, aunque su leyenda de seductor seguía creciendo. Cazaba misses, a las señoras de sus abogados, a las hermanas de sus novias… A sus esposas les pegaba cuando no les hacía el amor. Cuentan que en sólo una noche llegó a acostarse con media docena de mujeres…
Con el hígado destrozado y la sangre envenenada, Best tardó en morirse. Millones de británicos siguieron sus últimos días como si se tratara de la llama de un santo que se extingue poco a poco. Recordaban la alegría de sus mejores goles, mientras que admiraban la humanidad con la que él, su familia, sus amigos y hasta sus mujeres compartían la tragedia de su sufrimiento.