Escribe Jimmy Burns Marañón
En su biografía de la princesa Diana de Gales, que fue todo un bestseller, el autor Andrew Morton recuerda que la historia de la monarquía moderna más duradera que permanece activa en Europa ha estado expuesto al desastre y también al éxito. En una de las anécdotas más reveladoras del libro de Morton, leemos que Diana llamó una vez de forma anónima a un programa de radio y votó en contra del futuro de la monarquía británica, que estaba destinada a sobrevivirla durante muchos años. Si la monarquía británica tuviera como representanes a individuos estables y siempre encarnara las mejores virtudes de esta orgullosa raza de Dios, podríamos estar seguros de que la institución podría mirar adelante con confianza bien justificada mucho más allá de la inminente conmemoración del largo reinado de Isabel. Pero, ahora que el Reino Unido se prepara para saludar el reinado de 60 años de la Reina, puede ser un momento tan bueno como cualquier otro para analizar un poco más de cerca el estado de la institución y su futuro a largo plazo. Y, ya que nos metemos en un ejercicio de futurología, planteémonos la cuestión definitiva: ¿hasta qué punto es posible imaginar siquiera que dentro de 60 años se estará celebrando un nuevo aniversario?
Bien, pues empecemos con la propia Reina. No hay duda de que ha sido un elemento clave para que la mayoría de sus compatriotas vea hoy a la monarquía británica como un motivo de celebración, en un momento en el que otras monarquías modernas como la española están haciendo grandes esfuerzos para mantener la legitimidad popular, e instituciones de todo el mundo, desde las satrapías que funcionaron durante mucho tiempo en Oriente Próximo hasta la Eurozona, se enfrentan a disensiones y desconcierto.
En opinión del historiador Hugh Thomas, la monarquía británica tiene futuro a largo plazo porque arrastra una larga historia de experiencia y legitimidad, porque ha garantizado su continuidad hereditaria y porque continuará siendo popular ante una sociedad que no ve otra alternativa. “Creo que el príncipe Carlos llegará a ser un rey popular y que lo mismo ocurrirá después con el príncipe Guillermo. Ésta es una institución que acumula una larga historia: su restauración se remonta a 1660. No hay una tradición republicana equivalente, y diría que es una de las instituciones británicas que mantiene una buena reputación, junto al ejército británico y las universidades de Oxford y Cambridge”.
En realidad, la monarquía británica no puede dar por supuesta la aprobación popular. En 1992, en su habitual discurso televisado del 25 de diciembre a los países de la Commonwealth (que es tan tradicional en las Navidades británicas como el pavo asado y el pudin), la Reina confesó públicamente que aquél había sido el ‘annus horribilis’ de su familia. Fue el año en que se rompieron los matrimonios de sus dos hijos (el príncipe heredero, Carlos, y el príncipe Andrés) y el castillo de Windsor quedó parcialmente destruido por culpa de un incendio. Las cosas empeoraron, por supuesto, con las diatribas de la princesa Diana, ya separada de su marido, contra la casa de Windsor. Su trágica muerte en un accidente de coche en agosto de 1997 condujo a la monarquía británica a una verdadera crisis. El luto colectivo por la “princesa del pueblo” contrastaba con la desconfianza generalizada hacia el príncipe Carlos y su amante Camilla Parker-Bowles, y la propia Reina, aunque brevemente, fue criticada por honrar con retraso la memoria de su nuera, tan turbulenta pero tan querida.
Y, sin embargo, la Reina fue suficientemente sabia para seguir el consejo del joven primer ministro Tony Blair de que el sentimiento de pena que la nación sentía por la muerte de Diana no era en esencia un ataque a la institución monárquica como tal, sino una súplica subconsciente para que recuperara sus valores más sagrados. Como ha defendido el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, lo que vimos en la muerte de Diana fue “un potente lamento por la pérdida de lo sagrado, mágico y muy personal, pero también una ritualización donde se concentraba la lealtad de la sociedad. El icono perdido no lo era simplemente la princesa muerta; lo era toda la mitología de lazos sociales que rodean la autoridad y el misterio de los ungidos; algo ambiguo, no muy articulado y difícil por igual para lo que en términos políticos simples se conoce como derecha y lo que se conoce como izquierda”.
La Reina ha conseguido asegurar no sólo la supervivencia sino también la restauración efectiva de la monarquía británica al personificar lo que una fuente de Palacio me describe como su sentido del deber, su responsabilidad y su adaptabilidad en una época exigente que cambia con rapidez. Parte de este proceso ha supuesto exponer los asuntos financieros de la Familia Real a un escrutinio parlamentario mucho mayor, y a la vez se ha encontrado un modus vivendi‘en la relación de la Familia Real con los medios de comunicación, de tal modo que el respeto a la intimidad doméstica de la monarquía se ha salvaguardado a cambio de que la institución muestre más transparencia en temas de auténtico interés público, como la forma en que gasta el dinero y paga impuestos.
Mientras tanto, la Reina se ha mostrado sensible a los intereses a medio plazo de la institución al auspiciar una reconciliación entre la nación británica y su hijo Carlos que se antojaba necesaria, logrando que pasara el tiempo de la aflicción colectiva por Diana y que dejara paso a una aceptación menos sentida pero en todo caso tolerante de que Carlos, en tanto que viudo, tenía derecho a casarse con el amor de su vida, Camilla.
Ahora, la Reina puede celebrar su aniversario sabiendo con cierta seguridad que completará lo que ha llegado a calificarse de annus mirabilis; más de un año en el que la monarquía británica ha consolidado su recuperación. El año pasado ha visto a la Reina emprender los que acaso han sido dos de los viajes al extranjero más importantes de su reinado. En Irlanda, su presencia conciliadora hizo mucho por curar las heridas infligidas por el antiguo dominio británico y por las guerras civiles, en tanto que, en Australia, lo que empezó definiéndose burlonamente como “gira de despedida” de la soberana terminó reavivando el fervor por la realeza y derritiendo el sentimiento republicano.
Sin embargo, fue la perfectamente coreografiada boda real de Guillermo y Kate la que demostró la capacidad de la monarquía para entusiasmar a sus partidarios de siempre y a la vez convertir a antiguos no creyentes con su mezcla de tradición duradera (carruajes reales, ceremonia religiosa) y homenaje cuidadosamente planeado al espíritu del cambio y el progreso (un convincente beso de jóvenes amantes en el balcón real y un coche de segunda mano para transportar a los recién casados desde el palacio).
Para otro conocido historiador, David Starkey, el enlace confirmó una de las razones por las que la casa de Windsor podría sobrevivir y probablemente sobreviva en un futuro. Como dijo en Sky TV: “Es porque a la gente le reconforta ver a otros seres humanos haciendo cosas humanas y comprensibles, no sentados en comisiones y aprobando resoluciones, sino comprometiéndose y casándose. Una última reflexión para enfurecer a los republicanos de principios: la monarquía y la democracia de masas son unos perfectos compañeros de cama. La democracia de masas adora a las celebridades, y los monarcas son las celebridades primigenias y las mejores”.
Desde luego que Kate Middleton, hasta ahora, ha desempeñado su papel de mujer del futuro rey sin ninguno de los traumas que torturaron a Diana desde sus primeros días en la Corte. Habiendo tenido tiempo para madurar como licenciada universitaria y mujer trabajadora con su propia identidad, Kate no se apresuró a casarse con Guillermo, y tampoco éste último se metió en una situación como la de su padre, en la que antiguos amantes volvían a rondar, a erosionar y en último término a destruir una unión en la que en gran medida estaba invertida la fe y la confianza de la nación.
Kate también se benefició del consejo que le dio un impresionante equipo de profesionales que ayudó a conducir a la Familia Real al siglo XXI. Sólo mencionaré a uno de estos asesores, Patrick Harverson, porque lo conocí cuando los dos trabajábamos en el Financial Times y él era un colega listo y diligente, antes de que el príncipe Carlos se fijara en él por sus éxitos como director de Comunicación del Manchester United. Harverson, que proviene de una familia modesta de clase media pero tiene una amplia experiencia periodística a ambos lados del Atlántico, ha sido decisivo a la hora de convencer a la Familia Real de que ha de comportarse de la manera que mejor preserve la sensatez, y realizar el servicio público que los ciudadanos del común esperan de quienes cobran más y tienen más privilegios que ellos.
En su primer año completo como novia real, la princesa Kate ha disfrutado de períodos de intimidad mucho más generosos que los que se dieron jamás a Diana. Esto ha hecho que sus ocasionales incursiones en el foco mediático y en actos de servicio resulten tanto más impresionantes, porque la han mostrado bastante relajada, ya fuera mezclándose con la multitud en Canadá o Gales o exhibiendo sus habilidades como deportista; un activo valioso en un año en el que los Juegos Olímpicos de Londres van a atraer la atención del mundo. También se ha tenido el cuidado de dejársele elegir las organizaciones benéficas que más le interesan y más tienen que ver con sus propias habilidades.
Así, Kate, que está licenciada en Historia del Arte y tiene un tío que padeció alcoholismo, ha elegido entre las organizaciones benéficas que quiere patrocinar aquéllas que se sirven del arte como forma de terapia y atienden a antiguos adictos. Pero puede que sea el modo en que Kate y Guillermo enfocaron su matrimonio y su futura familia, de una forma relativamente informal y relajada, lo que mejor encarna la capacidad de la monarquía de evolucionar con los tiempos. Han desafiado a quienes habían especulado que su primera tarea iba a ser producir un heredero, y escogerán, sin presión alguna, el lugar y el momento en que procrearán. Aunque anunciar en este año del aniversario que ya viene de camino un bebé real se podría considerar un golpe maestro en términos publicitarios, su ausencia ha mantenido la atención del público firmemente centrada en la Reina y su efeméride.
No todo el mundo se deshace en elogios. Andrew Child, director del grupo de activistas Republic, opuesto por principio a la monarquía, insiste en que no se le debería permiti regenerarse. “Realmente, es en el ámbito interno donde se pone de relieve lo anticuado del sistema monárquico, igual que en España. Nuestros representantes electos nos dicen constantemente que “estamos en ello todos juntos” cuando se trata de aguantar y de intentar arreglar nuestros problemas económicos. No sólo eso. Dicen también que “la mayor carga ha de recaer sobre los hombros más fuertes”. Y habrá pocos hombros más fuertes que los de la mujer con más privilegios del Reino Unido: la Reina. Pero, igual que en España, nuestra realeza continúa con su estilo de vida derrochador. La Reina sigue pagando una ínfima parte del impuesto que se esperaría que pagara cualquier otro ciudadano con su riqueza, y como jefa del Estado no dice nada sobre nuestra crisis financiera.
Sin embargo, los sondeos de opinión reflejan continuamente que los británicos no tienen ganas de república, ni prevén que llegue un cambio importante en la Constitución que pudiera instaurarla en el futuro. La Reina sigue siendo el miembro más popular de la monarquía, con Guillermo y Kate siguiéndole de cerca, en tanto que el príncipe Carlos ha recuperado gran parte de la popularidad que perdió por el desastre de Diana. Fuentes de Palacio insisten en que existen presiones para que la Reina abdique en favor de su hijo Carlos, para que la línea monárquica no se salte una generación. La Reina Madre, de 86 años, cuya madre vivió con bastante salud hasta la edad de 101, concibe su reinado como un deber vitalicio que ha consagrado a Dios y al país y sólo renunciará a él por la regencia de su hijo si queda física o mentalmente impedida.
El historiador Starkey piensa que el príncipe Carlos terminará siendo un rey mejor de lo que la mayoría de la gente cree, por sus ideas ilustradas sobre la educación y el medio ambiente, y su reinado prepararía el camino para una eventual sucesión que coronaría a Guillermo. Starkey se declara razonablemente optimista y apunta que la monarquía británica se asienta sobre una base relativamente sólida para afrontar un futuro impredecible.
“Guillermo ha tenido la sensatez de casarse con una chica que es convencional con naturalidad. No obstante, lo importante es que todo esto se contrapone al fracaso de nuestras otras instituciones: el Parlamento, el funcionariado y (por favor, no piensen que soy un grosero) la prensa. La monarquía se ha alzado serena sobre la ruina general”, comentaba Starkey en una reciente entrevista en The Observer.
Añade: “Si miramos al futuro, [a los británicos] nos mueven dos fuerzas principales: la inercia y el sentimentalismo. La monarquía se beneficia de ambas. Sin embargo, puedo prever un hundimiento político más general. Me parece que en el mejor de los casos está al 50% si el Reino Unido sobrevivirá. Alex Salmond es un genio del mal y David Cameron es un hombre sin nada de imaginación que no tiene ni idea de qué quiere hacer”.
Mientras tanto, el más famoso de los cronistas reales, Andrew Morton, se encuentra entre los optimistas que auguran que de aquí a 60 años Inglaterra se estará preparando para celebrar un nuevo aniversario. Como Morton me dijo hace unos días, “dentro de 60 años se estará celebrando la coronación de la princesa Diana, la futura reina de Inglaterra. Fue la primera hija de Guillermo y Catherine y es la heredera al trono. Su nombre de pila era Francis y uno de los añadidos al compuesto era Diana, en recuerdo de la querida madre de Guillermo. La gente le apoda princesa Diana y cuando suba al trono tomará el mote como título. La reina Diana. No podéis hacer las paces”.