Articulo publicado hoy en El Mundo
En la semana en que Escocia vota a favor o en contra de la independencia, escribo en mi condición de hijo de escocés y española que pasa la mayor parte del año entre sus casas de Londres y Sitges (Catalunya). He trabajado y disfrutado de amistades duraderas a lo largo de más de treinta años de mi vida como autor y periodista tanto en el Reino Unido como en España. Como no soy ciudadano británico residente en Escocia, no tengo derecho a votar en el referéndum escocés, pero la naturaleza histórica de este acontecimiento no puede reducirme al silencio. Se lo debo a mi ascendencia paterna.
Empujado por el excelente artículo de mi amigo y colega John Carlin (otro hispano/escocés/británico) en El País del Domingo, yo también puedo imaginar que mi difunto padre, en caso de que estuviera vivo, votaría NO, mientras que yo mismo tengo pocas dudas de que Escocia, el Reino Unido y Europa quedarían mucho más disminuidos si los escoceses se hicieran independientes.
Sin embargo, los antecedentes escoceses de Carlin son diferentes de los míos. Mi abuelo, Charles Burns, fue un presbiteriano escocés de Brechin (el padre de Carlin era de Glasgow) que a finales del siglo XIX se fue a Chile, donde se casó con una hija de inmigrantes ingleses y vascos y trabajó como director de banco, cuando ésta se consideraba una profesión noble.
Los Burns fueron unos escoceses aventureros (otros tíos abuelos se marcharon a lugares lejanos como Argentina y Australia), de esa clase que, sin ningún esfuerzo, se integraba con otras comunidades y que, con su trabajo sin descanso y su inventiva, contribuyó a hacer grande a Gran Bretaña.
A diferencia del padre de Carlin, el mío, Tom Burns, no tuvo una aversión visceral a la clase dirigente inglesa por culpa de Churchill. Mi abuela chilena era católica y Charles se convirtió al catolicismo a finales de su vida. Mi padre, al que se trajeron a Inglaterra después de haber nacido en Chile, nunca vio contradicción alguna entre su fe, su naturaleza escocesa y su patriotismo por Gran Bretaña.
Su hermano mayor, David, se alistó como soldado en el regimiento Black Watch (que tiene su propia falda escocesa y sus propios colores, muy respetados) y cayó muerto unos días antes del final de la Primera Guerra Mundial. Está enterrado en un cementerio de Bélgica, con su tumba identificada por haber servido en un regimiento británico y con una cruz celta. Las rebeliones escocesas forman parte de nuestra compartida narrativa histórica, al igual que las grandes victorias y derrotas militares británicas en las que participaban soldados escoceses que combatían por la Reina o el Rey y por el país (y por la democracia).
Mi padre trabajó para Churchill durante la Segunda Guerra Mundial en la embajada británica en Madrid, en labores de neutralización de la propaganda nazi y en otras actividades de espionaje a favor de los aliados. Yo fui criado en Londres como ciudadano británico orgulloso de sus raíces escocesas y españolas, con un sentimiento de enriquecimiento y de haberme vuelto más tolerante debido a mi multiculturalismo. Aprendí a amar el baile escocés como también el flamenco y las sardanas. El whisky de malta fluía igual que el vino de Rioja. Conmemorábamos una vez al año al poeta Robert Burns con ‘haggis’ [1] y con sus versos (mi familia escocesa no estaba emparentada con el poeta, ¡pero sí tenemos ascendencia que nos vincula a una esposa del rey escocés Robert Bruce!) [2].
Mi padre prefería jugar al ajedrez que al fútbol, pero mi madre era seguidora del Real Madrid y yo me hice del Barça porque pensé que jugaban el fútbol más lleno de magia. Me emociono tanto caminando por las Tierras Altas de Escocia como contemplando el Canal [de la Mancha] desde los acantilados de Dover. Escocia es parte de un gran pueblo isleño que se siente orgulloso de sus tradiciones pero que también mira al exterior.
Soy militante del Partido Laborista. No me cuesta entender las razones por las que algunos escoceses partidarios del Laborismo creen que una Escocia independiente será un país mejor que sirva a su ideal del bien común. Ven el Reino Unido y piensan en un gobierno conservador con un chico de Eton de clase alta como primer ministro y un Partido Laborista que ha abandonado sus principios fundacionales de solidaridad entre los hombres.
No comparto este punto de vista. Cameron ha demostrado sus credenciales democráticas al permitir que Escocia celebre su referéndum de acuerdo con unas condiciones negociadas. La campaña del referéndum ha permitido que todas las cuestiones se debatan abiertamente. Los miembros laboristas del Parlamento que son escoceses son hombres y mujeres de fuertes principios, como el jefe del partido, Ed Miliband. No sólo existe en la actualidad un amplio consenso político en favor de delegar mayores competencias a una Escocia no independiente sino que el Laborismo podría ser elevado de nuevo al gobierno del Reino Unido en las próximas elecciones para llevar a cabo un programa que servirá mejor los intereses de Gran Bretaña y de Europa, Escocia incluida.
Ahora bien, con independencia de cuál sea el resultado de las próximas elecciones, votar ‘Sí’ en esta semana se basa en ilusiones que saltarán hechas añicos con un coste enorme para aquellos que las albergan. Escocia no se volverá más libre. No sólo será más pobre económicamente sino que se convertirá en un lugar más pequeño y más mísero, en cuerpo y alma, y Gran Bretaña se convertirá en una Inglaterra menor, cerrada en sí misma.
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[1] Plato típico escocés a base de asaduras de cordero, avena y especias, cocidas en las tripas del animal.
[2] Este rey de Escocia de 1306 a 1329 derrotó al ejército inglés de Eduardo II en Bannockburn y obtuvo el reconocimiento de la independencia escocesa.